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¿Qué comer en febrero?

En febrero, la primavera parece todavía lejana y uno se pregunta que verduras puedan aguantar este frio… Non obstante, pequeñas señales indican que se acercan días de luz: primeras flores en el almendro, amentos en los avellanos, brotes de narcisos…

En este calendario  publicado por Opcions, una organización que impulse un consumo consciente, vemos que el invierno nos reserva muchas verduras muy ricas y nutritivas. Claro, depende mucho de las zonas. En Segovia, sin la ayuda de los invernaderos, se volvería muy complicado comer verduras frescas en febrero.

La alimentación macrobiótica es una práctica culinaria inspirada en la medicina oriental. Entre otros, pone hincapié en las diferencias que existen entre las propiedades de las verduras según la estación del año. Más aéreas y jugosas, las verduras de verano (lechuga, tomate, berenjena…) nos aportan frescor. Al contrario, las verduras invernales suelen ser más carnosas y compactas (raíces, coles…), lo que nos aporta calor. Gracias a sus propias características fisiológicas, las verduras de temporada responden a las necesidades del cuerpo según la época del año. De allí, la importancia de comer local y de temporada.

Para los y las aficionadas de la cocina, invierno rima con cremas de verduras, caldos, guisos y horneados. Esos tipos de cocción más largos tienen virtudes. Cuanto más lento la cocción, más calor nos aporta los alimentos. Claro, eso no quiere decir que hay que dejar de comer verduras crudas para seguir ayudando el cuerpo a limpiarse, pero de otra forma, privilegiando las ensaladas con raíces (zanahorias, remolachas, rábanos…) y/o de coles (lombarda o col blanca).

Igual con las frutas. Puede pasar que el frio nos quita las ganas de comer frutas. Una buena solución consiste en cocinarlas (compota, frutas asadas, bizcocho…).

En la medicina oriental, cada estación corresponde con un órgano vital. Según esa tradición, el invierno corresponde con la pareja riñones-vejiga. Su elemento es el agua, su sabor el salado y su emoción el miedo. Porque será que, en invierno, ¿nos gusta comer platos que reconfortan?

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